Desvalijo el límpido lustre del papel,
con el rubor de un egoísmo, que tizna sin querer
ser, herradura candente sobre nieve,
torpes palabras que manchan y nada resuelven.
Soy el tallo de un cerezo, destierro del destello
el tallo que estalla en yukatas raídos,
tiro del hilo cosiendo olvidos sin serlo,
para luego escribir, incendios de trigo.
Mientras la brisa de verano, dialoga conmigo,
entre ventanilla abierta y aire distraído,
las luces de neón son puntos suspensivos,
es la quietud del asfalto lo que yo persigo.
¿A dónde va lo que no decimos?
vencido por reminiscencias sin nido,
¿nos mueve la mentira que intuimos?
oculta en brumas que no hallan su sitio.
Por eso siempre vuelven lo que fuímos,
fuimos dos pintando rojo la sombra del hilo.
A cuando Fuimos tos en medio del concierto,
A cuando Fuímos un atasco en pleno centro.
A cuando decidimos ser Bonnie and Clyde,
¿Entendimos que con balas no se tala un bonsai?
o mitad del camino dejamos de andar,
sabiendo que ninguno llegaría hasta el final.
Por eso siempre tornan al hollín,
al gris relicario por mi miedo a decidir,
a no dejar ir aquello que vuelve,
negarme el derecho a ser sin corromperme.
No se besar la magnolia,
sin deshojarla preso de la incógnita,
¿Por qué este querer suicida?
darlo todo, solo cuando no hay salida.
Por eso escribo incendios de trigo,
mancillando el brillo del papel,
no es arte, nunca fue su objetivo,
es egoísmo: soy yo o es él.
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